El contable
Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba muerto, aunque sí recordaba que había tenido algo de cómico. Toda su vida, su señora esposa, le había recriminado que era un agonía con el dinero, que no podía llevar un libro de cuentas a cuesta en el que apuntaba hasta el caramelo que compraba por las mañanas para la tos perruna. Le decía constantemente que esa obsesión por el dinero le iba a llevar a la tumba, y que total, allí no se iba a llevar nada. ¡Cuánta razón llevaba en todo! Desde que estaba en el otro mundo no había vuelto a ver una moneda o un billete, y el dinero era el que lo había llevado allí, aunque no fuera directamente. La culpa fue de la hipoteca, si, de la hipoteca. No se murió cuando firmo, no, tampoco esos años que los intereses parecían no tener techo, no, tampoco fue entonces. Fue mucho más divertido, más llamativo, se murió cuando pago la última cuota. La tenía en las manos, con ese apartado que decía “Capital pendiente: 0”, fue tal la alegría que le entro que