El contable

Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba muerto, aunque sí recordaba que había tenido algo de cómico.

Toda su vida, su señora esposa, le había recriminado que era un agonía con el dinero, que no podía llevar un libro de cuentas a cuesta en el que apuntaba hasta el caramelo que compraba por las mañanas para la tos perruna. Le decía constantemente que esa obsesión por el dinero le iba a llevar a la tumba, y que total, allí no se iba a llevar nada.

¡Cuánta razón llevaba en todo! Desde que estaba en el otro mundo no había vuelto a ver una moneda o un billete, y el dinero era el que lo había llevado allí, aunque no fuera directamente. La culpa fue de la hipoteca, si, de la hipoteca. No se murió cuando firmo, no, tampoco esos años que los intereses parecían no tener techo, no, tampoco fue entonces. Fue mucho más divertido, más llamativo, se murió cuando pago la última cuota. La tenía en las manos, con ese apartado que decía “Capital pendiente: 0”, fue tal la alegría que le entro que se murió, así, sin más.

Los primeros tiempos estuvo preocupado por su mujer, que se llevaba todo el día llorando y repitiendo “Si ya lo decía Yo, que no podía vivir tan pendiente del dinero” Pero cuando vio que el vecino al que le había prestado el cortador de césped, y nunca se lo había devuelto, empezó a frecuentar su cama, se dio cuenta que no se habían querido nunca, y que sólo sus hijos los habían mantenido juntos. Esa noche dejó de visitarla, total, ojos que no ven, corazón que no siente.

!Ay! sus hijos, los dejo pequeños, aunque como persona previsora dejo también un seguro de vida con el que pudieron seguir estudiando y viviendo holgadamente hasta encontrar un trabajo. Recordó al pequeño, y lo que le encantaba esa película de dibujos animados que contaba cómo se vivía el día de muertos en México ¿cómo se llamaba? Era algo de una fruta… pero no recordaba… Sus hijos se habían acordado de él los primeros años, pero ahora que eran adultos, y tenían sus propios hijos, rara vez su presencia vagaba por sus mentes.

¿Y qué podía contar del otro lado? Pues que era totalmente distinto a la película de marras, nada de bulliciosas ciudades llenas de muertos llevando una nueva vida. Esto era aburridísimo, raramente se encontraba con otro muerto, y cuando lo hacía ninguno daba el primer paso para acercarse.

Desde que llegó allí había tenido curiosidad por donde estaba ¿El cielo? ¿El limbo? Sabía que el infierno no era, ese ya lo había pasado. Pero no entendía esta nueva existencia en la que estaba en un sueño continuo, en la que no avanzaba ni sabía si era de día o de noche, invierno o verano.

Cada vez se olvidaba más de los suyos, como ellos se olvidaban de él, e iba encerrándose más en sí mismo y haciéndose más pequeño. Era algo que le había llamado la atención desde que fue consciente del hecho, encogía, cada vez que se miraba en algo parecido a un espejo que encontraba de cuando en cuando flotando, era más pequeño y quizás más joven.

Pero esta situación había llegado ya a un punto cómico, como todo lo que había pasado desde que se murió, ya era tan pequeño y tenía tan poca fuerza en las piernas que tenía que gatear por eso parecido a suelo por lo que antes andaba.

Y de repente sucedió. Fue algo similar a lo que sintió con aquel fatídico recibo de hipoteca, se quedó sin respiración, se sintió morir de nuevo y alguien lo zarandeó y lo azotó en sus posaderas hasta que lo hizo llorar de rabia.

En esa incómoda postura, agarrado de un talón y enrabietado por el castigo, vio a una pareja con cara de bobos que lo miraba y comprendió, algún gracioso lo había mandado de vuelta a la vida, bueno, al infierno que llaman vida.

Los padres de los bobos estaban allí cerca, y uno de ellos dijo “Mira, si tiene cara de contable. Ha salido a su padre” y antes de que el gracioso le borrara la memoria, para poder ser un libro en blanco con libre albedrio, pensó: ¡Mierda! ¡Otra vez no!

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