El celador


El anciano caminaba pausadamente por el largo pasillo, paso frente al control de enfermería sin que nadie se percatara de su presencia.

Se paro en la puerta de la habitación y lo vio al fondo, en la cama. El niño dormía profundamente en una postura incomoda, evitando acostarse sobre el cordón umbilical que lo conectaba a la bomba de medicación. La madre estaba, también durmiendo, en un duro sillón a sus pies.

El anciano saco su agenda, paso las desgastadas y amarillentas páginas una a una, mirando con detenimiento y sonriendo en cada nombre hasta llegar a una página marcada con una equis.

Jesús, ese era el niño. Reviso su ficha con rapidez y su semblante se ensombreció, estaba enfermo desde que nació, era una enfermedad de esas que llamaban ahora “raras”, capricho de un mal traductor, que había tomado el significado literal de “rare”, en lugar de usar una palabra más adecuada como “infrecuente”.

Leyó un poco más, era un problema genético que afectaba a la sangre. Infecciones y sangrados, mala combinación.

Volvió a mirar al pequeño, ningún niño debería estar en un hospital en Nochebuena...pero desgraciadamente, sólo en este, había más de los que él deseaba.

Guardo la gastada agenda y entro, con cuidado de no despertar a nadie.

- Jesús, Jesús -llamo al niño suavemente-. Despierta…

El niño abrió los ojos con dificultad, y vio al anciano enfrente de él, con su bonachona cara.

- ¡Hola! -dijo Jesús.

- Hola, ¿como estas? -contesto el anciano.

- Bien, ¿Quien eres? No te he visto nunca por el hospital.

- Soy un celador, vengo para llevarte a una prueba.

- ¿Ahora por la noche? ¡Mama, mama!, me lleva a una prueba –dijo el niño intentando despertar a su madre-.

-No, no la despiertes -murmuro el anciano-, no es necesario.

- Pero ella viene conmigo a todas las pruebas – protesto el niño.

El conserje desconecto la bomba, tiro de la cama y salió, tirando de la cama, sin hacer ruido de la habitación mientras que el niño veía como su madre dormida se alejaba.

De nuevo el control, y de nuevo ninguna enfermera se percato de su presencia, ni la del niño. Giro en la esquina, y enfiló el largo pasillo.

Tras un buen rato caminando por el pasillo, el niño preguntó:

- ¿Dónde vamos? Este pasillo es muy frío y no recuerdo haber estado nunca aquí.
- No te preocupes, ya estamos llegando –replicó el anciano.

El niño miraba asustado, era todo muy extraño, todo parecía muy antiguo y ajado. Había a intervalos regulares puertas, y casi ninguna tenía luz. Preguntó de nuevo:

- ¿No eres muy viejo para ser celador?

- Pues la verdad es que si, ya estoy jubilado. Pero trabajo de voluntario en noches como esta. ¡Ya hemos llegado!

Pararon frente a una puerta. El niño la veía idéntica a todas las anteriores del pasillo. El celador abrió la puerta y empujo con cuidado la cama del niño.

- Aquí está -le dijo- la máquina de los deseos -mientras que señaló a un destartalado artefacto que parecía una antigua máquina de rayos X.

- ¿Cómo? -preguntó Jesús.

- Si, es una máquina que hace realidad los sueños.

- ¡Venga ya! Eso no existe -contesto el niño.

- Bueno, no perdemos nada por probarlo ¿no?. Yo te dejo dentro de la máquina, pides un deseo y mañana me cuentas si se hizo realidad.

El niño miro con curiosidad al anciano, su semblante le recordaba a alguien, decidió seguirle la corriente, parecía muy decidido a meterlo en la máquina y él estaba deseando volver a su habitación.

El anciano empujó la cama hasta el interior del artefacto, salió y comenzó a pulsar botones. La máquina brillo con una intensa luz azul y emitió un suave zumbido.

- ¡Ahora!, -dijo el anciano-, es el momento de pensar en tu deseo.

Jesús cerró los ojos y pensó con fuerza, lo tenía claro, no deseó juguetes, ni videojuegos, ni bicicletas, ni ningún otro objeto que hubiera pensado otro niño, simplemente deseo curarse para poder ser un niño, con las preocupaciones de un niño.

La máquina fue apagándose poco a poco y la luz descendió de intensidad.

El celador tomó de nuevo la cama y desando el camino hacia la habitación del chaval.

- Tengo sueño, -dijo Jesús.

- Duerme, es el efecto de la máquina. Los deseos nacen de los sueños, y la única manera de que se hagan realidad es soñarlos.

El niño se quedo profundamente dormido, y una amplia sonrisa broto en la cara del anciano.


- Jesús, Jesús, -llamó su madre-, despierta, ya es Navidad.

- ¡Navidad! ¿Y mis regalos? -exclamó Jesús, mientras que miraba nervioso a un lado y otro de la habitación. Fijó su mirada en la puerta de la habitación, y vio a un viejo limpiando el cristal. Lo miró, creyendo reconocerlo, y el viejo le guiño el ojo.

Parpadeo sorprendido, y cuando volvió a mirar el viejo ya no estaba. La puerta se abrió, y entró el médico que se dirigió directamente hacia su madre.

Los vio hablar, al principio con preocupación, pero después vio que el semblante de su madre cambió, y vió como la esperanza se reflejaba en sus ojos.

- Es algo muy extraño, pero hay que repetir los análisis, puede haber sido una equivocación, -comento el médico a su madre-. Pero parece como si se hubiera producido una segunda mutación que hubiera revertido la enfermedad, no conocemos ningún caso parecido.

Ahora lo recordaba… la máquina, su deseo de curarse… Miro de nuevo hacia la puerta y allí estaba de nuevo. Jesús frunció el entrecejo concentrándose, y ahora si lo reconoció… Evidentemente, sólo él podía haberle hecho ese regalo de Navidad.

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